Thank you very much Mr. Herzog

W.Herzog: Fuera de campo
por Marcos Vieytes

Desde hace algunos años le estábamos perdiendo el rumbo a Werner Herzog. Las últimas películas suyas estrenadas habían pasado sin pena ni gloria tanto para la gente como para la crítica. La presunción de que su cine, como el de algunos otros grandes directores, estaba en decadencia, bien pudo hacer que nos refugiáramos una y otra vez en la trinchera de sus películas consagradas. Pero lo cierto es que, como el rumor de un transatlántico subiendo por la selvática ladera de una colina amazónica, llegó a nosotros la noticia de que el cineasta alemán estaba filmando eclécticos documentales destinados a deambular en ese limbo de la distribución internacional que son los festivales de cine. Lo cierto es que de a poco hemos comenzado a tener contacto con dicho material, y hasta hemos podido ver algunas de sus producciones más recientes, de las que cabe destacar un par: Grizzly man, y The white diamond.
Sobre The white diamond cabe decir que es una película producida, en parte, por la BBC y que puede verse con cierta recurrencia por la señal de cable National Geographic Channel. En ella asistimos al traslado de Herzog, junto a un ingeniero aeronáutico, hasta Guyana para hacer volar un globo silencioso sobre la selva amazónica. Como en la mayoría de sus películas, esta se concentra en el desafío entablado por un individuo contra la naturaleza más renuente a ser domesticada o, siquiera, indagada por el ser humano. El ingeniero en cuestión, además, carga con el remordimiento de saberse indirectamente responsable de la muerte del documentalista Dieter Plage, quien no pudo sobrevivir a un intento previo de aterrizar con éxito una nave similar a ésta. Entre hipnóticas secuencias del cielo y de la jungla, ceremonialmente remarcadas por un trabajo de musicalización tan ritual como racionalista, la cámara sigue también la vida de un rastafari y de su amado gallo.
Finalmente, Grizzly man es un notable trabajo de montaje basado en las centenares de horas filmadas por el famoso, excéntrico e inestable Timothy Treadwell. Este muchacho era una figura pública que reunía fondos para su fundación, dedicada a cuidar el modo de vida de los osos salvajes, a quienes defendía de los cazadores furtivos que se infiltraban en las reservas, para lo cual se pasaba unos seis meses al año viviendo ilegalmente entre ellos. Eso hasta el día en que uno bastante huraño lo miró mal, se ofendió y decidió almorzar mientras Treadwell y su novia ayunaban. Más allá de este escabroso suceso, la galería de personajes que aparecen a su alrededor es sencillamente imperdible, casi perturbadora. Allí está una ex novia suya con la que Herzog se comporta de una manera tan histriónica y condescendiente que roza la abyección, y un perito forense que parece una asesino serial en potencia. Como esta película ya ha sido editada en DVD en los Estados Unidos, no les será raro toparse con alguna excelente copia de ella en el proveedor “no convencional” de películas más cercano a su casa, por lo que les recomiendo hacer lo que sea para conseguirla.
Como señalé, un elemento que vincula a estos dos títulos es el protagonismo de personajes obsesionados casi hasta la locura con algo, al lado de los cuales el desaforado y fallecido Klaus Kinski perfectamente pasaría por un circunspecto señorito inglés. Personajes que rozan lo patológico y, por ello mismo, capaces de proyectos y aventuras dignas de una ficción épica y de un tiempo ido. Porque todas las películas de Herzog son épicas. Claro que la suya es una épica de la derrota anticipada. Desde Aguirre hasta Fitzcarraldo, los personajes de Herzog emprenden acciones desmesuradas y, por ende, destinadas al fracaso. Claro que esa desmesura no es tal cuando la comparamos con la medida de las cosas que propone la naturaleza a nuestro alrededor. Herzog, como sus personajes, mide fuerzas con la naturaleza en busca de una respuesta al absurdo de la muerte. Herzog, como sus personajes, espera conmover a Dios arriesgando la vida. Esa es la épica de sus películas. Que son, a la vez, elegías por la muerte moderna de Dios en el altar del Caos original.
Esto que en Grizzly man es una declaración de principios atea parece transformarse en The white diamond, donde un determinado trozo de celuloide en el que se ha filmado por primera vez un lugar del planeta al que el hombre jamás había llegado, no es mostrado jamás por respeto a los nativos del lugar. De este modo, Herzog resguarda de la mirada pública un espacio sagrado. Deja lugar para el misterio. Ese que ha sido el principio y el fin de toda su obra, y que las más de las veces ha tenido que ver con la muerte. Por eso en Grizzly man tampoco nos deja escuchar la grabación sonora del momento en que Treadwell y su pareja son despedazados por el oso, dando lugar a uno de los más tensos instantes del cine de la última década. Por eso en The white diamond tampoco ilustra con un flashback ficcional el relato del ingeniero sobre la muerte del documentalista amigo. La muerte, como Dios, está siempre fuera de campo.

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